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Mujeres históricas: A 66 años de la muerte de Gabriela Mistral

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Poeta, educadora, diplomática, rebelde e hija de la democracia. Una mujer que rompió estereotipos y dejó huella en todo ámbito, incluso político. Creía que la tarea del maestro debía estar en lo más alto para el desarrollo del ser, y lo manifestaba a través de su escritura. No sólo fue una educadora e intelectual, su escritura también se inundaba de intimidad y pasión hacia las mujeres. A 66 años de su muerte, su legado sigue vivo.

Su aporte a la educación

Nacida en la ciudad de Vicuña, Lucila Godoy Alcayaga, mejor conocida como Gabriela Mistral, se desempeñó como profesora en diversas escuelas. Cuando en 1922 el Secretario de Educación de México, José Vasconcelos, la invitó a colaborar en las reformas educativas de su país, la poeta chilena ya había tenido una profunda experiencia magisterial en Barrancas, Traiguén, Antofagasta, Los Andes, Punta Arenas, Temuco y Santiago.

Gracias a su trabajo y sensibilidad frente al contexto nacional, se convirtió en una importante pensadora respecto al rol de la educación pública. Se identificó con la maternidad y el acompañar al desarrollo de los niños, donde recalcó que, por encima del valor formal de la educación escolar, está el sentido de confianza y humanidad que manifiesta el docente en sus alumnos.​

Lucila se preocupaba por las situaciones del contexto en el que estaba viviendo. Poseía un sentido de cambio frente a la contingencia nacional y americano del que era muy consciente y con el cual trabajó.

Tuvo cercanía con el entonces ministro de Instrucción Pública, Pedro Aguirre Cerda (posteriormente, presidente del país), quien la designó como profesora de Castellano y directora del Liceo de Punta Arenas, y a quien Gabriela reconoció como su único amigo profesor.

Gabriela y el feminismo

Gabriela abordó el rol de la mujer o la diversidad sexual con un enfoque entre lo tradicional y lo progresista, y mostró su preocupación por la equidad y paridad de contenidos educativos entre niñas y niños.

Si bien no le gustaba ventilar su vida privada, fue muy conocida su relación con su compañera, Doris Dana. Un amor sincero, respetuoso y que inspira hasta el día de hoy.

Ahora bien, Gabriela nunca se definió como feminista. Incluso, renegaba las ideas y demandas de la época. Principalmente, porque su discurso no compatibilizaba con las labores del hogar y cuidado de los niños que comúnmente realizaban las mujeres. La escritora pensaba en el contexto social y económico de las mujeres.

Cuando se le invitó a ser parte del Consejo Nacional de Mujeres, Gabriela contestó: “Hace años se me invitó a pertenecer a él. Contesté, sin intención dañada: «Con mucho gusto, cuando en el Consejo tomen parte las sociedades de obreras, y sea así, verdaderamente nacional, es decir, muestre en su relieve las tres clases sociales de Chile»” (En Figueroa, 2000: 103).

Sin embargo, su discurso tampoco cabía dentro de lo conservador. “Mistral tuvo una existencia anómala que quebraba los parámetros dictaminados para las mujeres de su época“. Según destaca un archivo del Museo Gabriela Mistral de Vicuña.

En esos años donde Gabriela, considerada como una mujer empoderada, intelectual, el que mantuviera una relación con una mujer era impensado. Hoy, es una figura no sólo reconocida por su trabajo en educación, sino también por cómo llevó a cabo con rebeldía y pasión su vida. Es necesario reconocerla como una figura de inspiración también desde el feminismo, como una mujer que salió de los estándares de la época.

A continuación, te dejamos el poema “Mujer Fuerte” de la escritora.

La mujer fuerte

Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días,
mujer de saya azul y de tostada frente,
que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía
vi abrir el surco negro en un abril ardiente.

Alzaba en la taberna, honda, la copa impura
el que te apegó un hijo al pecho de azucena,
y bajo ese recuerdo, que te era quemadura,
caía la simiente de tu mano, serena.

Segar te vi en enero los trigos de tu hijo,
y sin comprender tuve en ti los ojos fijos,
agrandados al par, de maravilla y llanto.

Y el lodo de tus pies todavía besara,
porque entre cien mundanas no he encontrado tu cara
¡y aun te sigo en los surcos la sombra con mi canto!

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